"S"En esos locos momentos en los que se llenó la Hostería como si fuesen las dos de la tarde,don Servando Pilpozo, llamó educadamente con su mano a Butarelli, para que se acercara éste hasta su mesa.
-¿Le parese bien la comía, don Zervando?
-Si me lo permite vuestra merced, desearía evitar el hacer comentario ante esa cuestión, pero el hambre es el hambre...-contestó el anciano, tomando un sorbo de vino.- Pero no es esa la cuestión.
-Pue usté dirá, que se le ofrese-contestó el tabernero, algo molesto por el comentario que no aclaraba del todo si le gustaba la cena o no.-
-¿Cuento con la sinceridad de vuestra merced?
-¡Ehhhhhh!
-Disculpe, no contaba con su necedad.-añadió displicente.- Quiero decir, mi querido amigo, que si puedo hacerle una pregunta, y que usted me conteste con el corazón en la mano.
- Porzupuesto, soy hombre de palabra cierta y verás.
- Bien... pues allá voy. ¿Contaba usted con la presencia de tanto personal a estas horas de la noche?
-Que vá don Zervando, si yo jiba a serrá ya.
-¡Cáspita! , otra vez me vuelve a suceder.-contestó, rascando su abundante barba.-
- ¿Que lá pasao, hombre de Dió? ¿es la comía?
- No, tranquilo tabernero, tranquilo. Verá, tengo un extraño poder que al parecer atrae la fortuna allá por donde me paseo, ¿comprende?
-¿Ehhh? , no. Pero espliquesé.-contestó, Cristófano tomando asiento en la mesa sin ser invitado, pero llevado por el olfato de la palabra fortuna.-
- Siéntese, no se lo piense (será mal educado el gordito éste)-pensó.- Como le iba contando... resulta que cada vez que entro en una taberna, mercado o cualquier otro lugar... sus propietarios llenas sus arcas de manera cuantiosa y de manera inexplicable.-explicó, apurando su jarra.-
- ¡Rosarioooooooooo! ¡Trae vino pá nuestro invitao!
La mujer del posadero, frunciendo el ceño y echando sapos por la boca tras soportar el grito de Butarelli, soltó de golpe la jarra del caldo de la casa en la mesa, salpicando la tez de su esposo.
-Perdonelá, es que lo zuyo e la cosina y de serví... como que no está mu puesta.-contestó, Cristófano para excusar el gesto de contrariedad de su mujer, que no daba abastos para servir la cena de los recién llegados y atender a los borrachos apostados en la barra.- ¿Por adonde iba?
- Sí le decía a vuestra merced que es usted un afortunado por dar cobijo a un servidor en su casa... Porque le aseguro que le llegaran doblones para llenar espuertas...
-¿Usté creeeee?
-Como lo oye, tabernero, como lo oye... Mire, si no...-y repitiendo el mismo gesto que con la Carmela, arancó de sus orejas un puñado de doblones.-
-¿Como jace usté jece truco?-preguntó, impresionado.-
-Ya le digo que no es cuestión de truco, señor Buterelli, sino que con simpleza el oro brota de mis manos y atraigo la fortuna para los demás... Eso sí, siempre que me encuentre bien tratado y servido en un lugar y no se perturbe mi paz espiritual.-apostilló.-
-No cé preocupe usté, que jaquí no le vá a molestá naide de naide...Vamos es má le digo que en esta casa no le vá a fartá de naita. Ce lo juro.-añadió, Butarelli, besando sus dedos en cruz.-Ande saquemé otra moneita de la oreja...
-No abuse vuestra merced, que mi espiritu se desboca y toda la fortuna se puede convertir en desgracias en menos que canta un gallo.
-No, no,no, no ce me artere que ya jabrá luga de rascarme las oreja má tarde. Ande termine de tomarse este vino, que está jecho pá lo güenos comensale..
-Digamos que para saciar la sed y tapar el frío.
-Pá eso mismo... le dejo tranquilito pá que zu espiritu no se descabalgue ni ná de eso... Ande beba, beba.
MG
Una navaja afilada y experta se colocó en el cogote del borracho que increpaba al joven Juan el Sanguinario. Su dueño era otro Juan, Santorcaz que miraba al techo como si la cuchilla actuara ajena a sus propósitos y movida por una fuerza invisible. Lo cierto es que el barbero estaba también pendiente de las voces, intentaba desentrañar lo que decían porque cada vez se le antojaban más extrañas sus conversaciones: “ Dora decía algo del último lugar del mundo… Nirvana se reía por algo de las raíces, Linus se caía de risa y ¡les daba un abrazo a todos!, Liliana venía de las Galias, Ro deseaba felices fiestas ¿qué fiestas?, Mary hablaba raro no se le entendía Puff, jajaja, Apm mentaba a todos los allí presentes y les daba ¡un besote!, y para terminar un tal Charly T. (con ese nombre sólo podía ser un corsario) hablaba de personajes raros, definitivamente el hechizo al que estaba sometido le robaba la razón y parte del entendimiento.
Regresando a la realidad miró al borracho quien se había orinado y obviándole se apartó para saludar a los anillos de oro, perdón, a Juan el Sanguinario.
- Perdone usted los comentarios inoportunos de los aquí presentes, para disculparle aún más tendremos que tener en cuenta que quien habla es el vino y no él. Mi nombre es Juan de Santorcaz Paloma, para servir a vuestra merced, veo y por tanto observo, que no es usted digno de tan obtuso lugar, se nota a lo lejos que su noble linaje se ensombrece en este local, mas la suerte la ha guiado hasta mí con un propósito bien singular, le huelen los sobacos mi señor, perdone usted, pero desde que entró el olor me embriagó, mas no se apure, que aquí tengo un tónico que es capaz de desbaratar la pocilga que usted tiene entre los brazos, y no sólo eso mi noble caballero, sino que las damas caerán rendidas a sus pies, cuando digo damas no me refiero a ese ente llamado Casiana. Por otra parte tiene usted el peinado descuidado permítame…
En ese instante contempló la escena que se desarrollaba en la mesa contigua, en donde don Silbando sacaba monedas de oro de las mugrientas orejas de Butarelli, como si su inmensa cabeza fuese una olla llena de dineros. Tan arrobado quedó Santorcaz que se olvidó de voces, Juanes y damas, desde luego era lo más sorprendente que había visto nunca. ¿Qué tenía aquel hombre entre las manos? ¡Pero qué manos! Era un barbudo con pelo, ¡pelo! Ya tenía una disculpa para acercarse al caballero y así lo hubiese hecho si no fuese porque la puerta de la calle se abrió entrando una bocanada de frío como nunca se había conocido en Sevilla, y como si fuese el responsable de todo el temporal se personó Casimiro Cuevas que se sacudió como un perro y se le escapó una sonora ventosidad por todo saludo, sonrió a modo de disculpa dejando entre ver una dentadura blanquísima que se destacaba por debajo de su tupida barba, pero hubo algo que dejóaún más perplejo al barbero, tenía una bolsa con dineros. De aquel modo quedó Juan Santorcaz, mirando al pirata, al mago y al cabrero, dando las gracias a Dios porque seguro que no le faltaría el trabajo esta noche. Aunque le rogó al Todopoderoso que no fuera como en la anterior en la quede sobra está recordar cómo terminó.
Mientras Casiana observaba a todos pensando lo mismo pero por otros motivos. La cordobesa repartía los ojos como un camaleón en medio de una plaga. El éxtasis la invadía, la lujuria se paseaba por su vellosa cara y humedecía sus pensamientos. ¡Frío! Esta noche sería de agosto, se dijo.